domingo, 27 de septiembre de 2009

Paul Auster: Vivir comentando textos.

Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más. Durante años, en todos los países del mundo occidental, se han publicado numerosos artículos que lamentan el hecho de que se leen cada vez menos libros, de que hemos entrado en lo que algunos llaman la “era posliteraria”. Puede que sea cierto, pero de todos modos no ha disminuido por eso la universal avidez por el relato. Al fin y al cabo, la novela no es el único venero de historias. El cine, la televisión y hasta los tebeos producen obras de ficción en cantidades industriales, y el público continúa tragándoselas con gran pasión. Ello se debe a la necesidad de historias que tiene el ser humano. Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten –en la página impresa o en la pantalla de televisión–, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas.

Fragmento del discurso de Paul Auster en la recepción del premio Príncipe de Asturias 2006.


Que nos alimentamos de historias, como plantea Paul Auster, es algo más que evidente. Su discurso hace referencia a esa tendencia, casi mecánica, de sentarnos delante de un libro, una pantalla, una mesa en un bar, cualquier sitio allí donde tengamos cerca una anécdota. Podemos concretar claramente: nos alimentamos de palabras.
Observemos los efectos que el alimento, el aire, el agua, tiene en nuestro cuerpo. Nos sacia, nos mantienen firmes en nuestra estructura, nos encauza las reacciones de energía según nuestro metabolismo. Trasformamos esas moléculas en actos, movimientos, sensaciones, pensamientos incluso. Cómo no quedar maravillados ante la elegancia del ciclo de Krebs o el de la fotosíntesis: un baile de transformaciones gracias al cual la célula puede cumplir la función que dicta su estructura (evito hablar de diseño).
Igualmente, observemos los efectos que las palabras tienen en nosotros. También en nuestro cuerpo: la risa, la ira, el llanto; pero siempre a través de nosotros mismos. Soy yo, no mi cuerpo quien recibe y quien lanza las palabras. Soy yo, no mi cerebro, quien las masculla y articula ordenando discursos, historias, sentimientos, ideas. Soy yo quien se alimenta de palabras.
Las palabras constituyen mi ser. Y encuentro palabras por todas partes. Incluso cuando decido no tomarlas, considerar “esas palabras no serán para mí”, también entonces las hago mías, de alguna forma, sin remisión. Las palabras son el sustento, mis decisiones ante ellas son mi metabolismo; experiencias, vivencias, emociones, enredadas en el sentido, terminan de estructurar lo que soy.
* * *
Una vez más complemento la entrada con algunos enlaces que insisten en la idea: vivimos comiendo textos:
  • El texto completo del discurso de Paul Auster: sobre la utilidad y vigencia del arte y la narrativa.
  • Un artículo de opinión de Mario Hernández sobre la necesidad cotidiana de la hermenéutica, esto es, el comentario de texto.
  • La aplicación de esta idea en talleres didácticos según Ana Luisa Ramírez.
  • Otra opinión que he encontrado en el blog Mi memoria auxiliar, sobre la "verbofagia".
  • Una página con citas de Wiston Churchill, Premio Nobel de Literatura y un buen ejemplo de cómo la clase política vive, no ya de la palabra, sino de la palabrería.

1 comentario:

  1. Sé que he leído esta entrada bastante tarde y que de no ser por un enlace externo, que apareció en mi facebook, tal vez no lo hubiese leído nunca. Pero, realmente, me ha gustado encontrarme en este momento con estos comentarios, ya que no hace mucho relaté mi necesidad de leer nuevas historias que me ayuden a sentir las experiencias y las emociones que tal vez de otra manera no sentiré jamás...

    ResponderEliminar