lunes, 26 de julio de 2010

ARSUAGA: El enigma de la esfinge, la evolución textual.

Un aspecto importante de la evolución cuántica es que, según Simpson, requiere casi necesariamente la existencia de una preadaptación, sin la que no sería posible tal modo evolutivo. Esa preadaptación puede ser inadaptativa (desfavorable) o simplemente neutra. La preadaptación se fija generalmente en una población pequeña y aislada. Entonces, la población puede, gracias a la pradaptación, entrar en una nueva zona adaptativa, para la que estaría predispuesta, o bien el ambiente puede cambiar y la población verse de improviso favorecida gracias a la preadaptación. En el caso de que la preadaptación fuera neutra, o escasamente desfavorable, la fase de transición entre el viejo equilibrio y el nuevo sólo sería relativamente inestable.
Pero la evolución cuántica de Simpson, tal como fue formulada en 1944, encaja mal con la síntesis. ¿Qué necesidad hay de recurrir a un tipo especial de evolución para explicar la aparición de nuevos organismos? ¿No bastaría con la selección natural «normal»? Lo cierto es que Simpson se comporta en su libro como un paleontólogo tradicional, al que le preocupan los dos grandes problemas que nos ocupan a los paleontólogos de todas las épocas: el origen de las grandes novedades evolutivas, para el que generalmente no se encuentran largas series de fósiles intermedios, y las tendencias evolutivas, que persisten durante mucho tiempo. La diferencia respecto de los paleontólogos anteriores a la síntesis, es que Simpson renuncia al saltacionismo, el vitalismo, el misticismo, el neolamarkismo y la ortogénesis para explicar estos problemas, pero no se oculta a sí mismo la realidad de los mismos. Aquí demuestra Simpson su condición genuina de paleontólogo, porque los neodarwinistas que proceden del campo de la genética simplemente no ven esos problemas, ni siquiera los reconocen. 


Juan Luis Arsuaga: El enigma de la esfinge,
“De Darwin al Neodarwinismo; El paisaje se mueve”. Ed. Plaza & Janés, 2001.


Antes de empezar a tomar otras posiciones, obsérvese que vamos a realizar un comentario de un texto que ya es en sí un comentario de texto (y la cadena podría alargarse y alargarse). En esta obra, Arsuaga pasa revista a toda la tensión y conflictos dados entre las diferentes teorías evolucionistas. No es tanto una obra sobre la evolución de las especies, sino sobre la evolución del evolucionismo. Todo este juego casi sofista resulta (o me resultó a mí) muy revelador.
Por un lado, me permitió tener una visión más nítida (creo que más real) y rica de los mecanismos de la evolución. Después de leer este libro, ya no podía asociar evolución y progreso. No podía formular el sentido de “selección natural” como la supervivencia del más fuerte, o el mejor adaptado; eso implica progreso. Simplemente supone el éxito reproductivo de un organismo (sistema) dentro de un contexto determinado. Los condicionamientos de ese éxito son múltiples y azarosos, caóticos. No hay tampoco una “Naturaleza” fija que seleccione, sino un ecosistema en permanente cambio.
Por otro lado, me permitía ver a las especies, los organismos, igual que textos. No sé si esto es más eficaz para entender la biología o la dinámica textual, o si para ninguna de las dos. Así, formularíamos que tiene más probabilidad de permanecer, perpetuarse, aquello que es más coherente dentro del caos. La selección natural es el éxito de una determinada coherencia. Dado que la coherencia exige un sistema (estructuralismo), la selección natural no lleva a una mejora adaptativa, sino simplemente a un equilibrio entre algún elemento del texto y su contexto. Lo que en un contexto puede ser incoherente, en otro contexto puede tener pleno sentido.
Me da que aplicar esto imaginariamente a la evolución de los seres vivos resulta bastante fácil. Sin embargo, entender qué significa esto a nivel del gran discurso humano me parece más complicado. Si atendemos a un contexto como la discusión científica de la que trata Arsuaga, vemos cómo hay opiniones más o menos parecidas, u opuestas, que se alimentan unas de otras o se intentan devorar. Es como si el debate científico fuera en realidad una sabana, y el lamarkismo o el saltacionismo fueran antílopes y gacelas, incluso dinosaurios. Si intentamos ampliar el contexto, ¿cómo se relacionan todos los discursos en una misma persona? Pensemos en Darwin, su educación cristiana, sus viajes, su esposa, sus amigos, sus diversiones... cómo se pelearían todos esos discursos en esa selva. Ampliando aún más el contexto, ¿cómo se teje entonces el gran ecosistema del discurso humano?
Pensado rápidamente, podríamos establecer varias grandes familias discursivas: el discurso artístico, el discurso religioso, el discurso económico-político, el discurso científico... En cada uno de ellos podemos encontrar fácilmente géneros, temas, tópicos, “especies”. La gran diferencia es que los discursos no sólo interactúan unos con otros, sino que se integran. De ahí, esa metáfora genial del “palimpsesto” (teoría de la intertextualidad desde Gérard Genette -ver aquí "El hombre como palimsesto", de Gonzalo José Bartha): discursos sobre los que se escriben otros discursos.
Todo esto nos lleva a la teoría de los memes: una controvertida metáfora que intenta explicar la estructura del discurso humano como provistos de una carga genética. Los memes podrían actuar y generar discursos y relaciones y ecosistemas tal como lo hacen los genes con la biología. Conclusión, el discurso es otro cuerpo.
Muy difícil, pero no quita la posibilidad de que se pueda observar, analizar, la “evolución”, la “biología”, del discurso humano (“logología”).

La teoría de la evolución desde sus propios y múltiples orígenes en el siglo XIX ha dado lugar a muchas escuelas de pensamiento. No existe, ni antes ni después de Darwin, un pensamiento único más allá del hecho admitido universalmente de la evolución, que es el punto del que parten todas las corrientes. Esto ya se ha dicho en las páginas anteriores, pero cuando se analiza históricamente el evolucionismo se comprueba que sus diversas manifestaciones no son completamente independientes unas de otras (como podría esperarse), sino que se pueden articular lógicamente entre sí formando un sistema. Este punto de vista sistémico es el que se expone en este capítulo, y se trata de un método que se ha aplicado con éxito al estudio de las religiones.


Juan Luis Arsuaga: El enigma de la esfinge,
“La teoría evolutiva como sistema”. Ed. Plaza & Janés, 2001.



Apuntes de últimas horas:
  • Crítica a los postulados de Thomas Kuhn sobre la evolución de los paradigmas científicos en Cuaderno de Cultura Científica, por Cesar Tomé y comentaristas. 

viernes, 9 de julio de 2010

Interpretación, Hermenéutica y Erótica

En otros tiempos (en Dante, por ejemplo) debió de haber sido un acto creador y revolucionario el concebir las obras de arte de manera que permitieran su experimentación en distintos niveles. Ahora no. Sería reforzar el principio de redundancia, que es la principal aflicción de la vida moderna.
En otros tiempos (tiempos en que no abundaba el gran arte), debió de haber sido un acto creador y revolucionario el interpretar las obras de arte. Ahora no. Decididamente, lo que ahora no precisamos es asimilar nuevamente el Arte al Pensamiento o (lo que es peor) el Arte a la Cultura.
La interpretación da por supuesta la experiencia sensorial de la obra de arte, y toma a ésta como punto de partida. Pero hoy este supuesto es injustificado. Piénsese en la tremenda multiplicación de las obras de arte al alcance de todos nosotros, agregada a los gustos y olores y visiones contradictorios del contorno urbano que bombardean nuestros sentidos. La nuestra es una cultura basada en el exceso, en la superproducción; el resultado es la constante declinación de la agudeza de nuestra experiencia sensorial. Todas las condiciones de la vida moderna su abundancia material, su exagerado abigarramiento se conjugan para embotar nuestras facultades sensoriales. Y la misión del crítico debe plantearse precisamente a la luz del condicionamiento de nuestros sentidos, de nuestras capacidades (más que de los de otras épocas).
Lo que ahora importa es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver más, a oír más, a sentir más.
Nuestra misión no consiste en percibir en una obra de arte la mayor cantidad posible de contenido, y menos aún en exprimir de la obra de arte un contenido mayor que el ya existente. Nuestra misión consiste en reducir el contenido de modo que podamos ver en detalle el objeto.
La finalidad de todo comentario sobre el arte debiera ser hoy el hacer que las obras de arte y, por analogía, nuestra experiencia personal fueran para nosotros más, y no menos, reales. La función de la crítica debiera consistir en mostrar cómo es lo que es, incluso qué es lo que es, y no en mostrar qué significa.

10.
En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte.
(1964)
Susan Sontag: Contra la interpretación.
Desde luego, debemos atender a los peligros de la interpretación, tal como dice Susan Sontag. Interpretar es dejarse llevar por el valor metafórico del lenguaje y crear, alegóricamente, un texto paralelo al de la obra de arte. Ese nuevo texto producto de la interpretación habla de un mundo que ya no es el mundo de la obra analizada, ni tampoco el mundo “real”. Hace tiempo comentamos que interpretar equivale a “deformar” (traduttore-traditore). Creo que el peligro viene al dar por hecho que nuestra interpretación es “verdadera”, como si la conectáramos con dogmas. A eso se le llama “encorsetar”.
Ahora bien, para mí, expresiones como “alejar el arte de la cultura” o “no buscar lo que significa una obra”, no puedo conectarlas con mis puntos de vista. Susan Sontag defiende la obra de arte como una experiencia sensorial, una vivencia, más que como un objeto de reflexión. Viene a levantarse contra los excesos de la hermenéutica, que estaba alcanzando por entonces esa prepotencia dogmática en sus exégesis.
Pero es que una obra de arte es precisamente la transformación de una experiencia en cultura. Si una vivencia tiene algo de artístico, es porque acarrea todo un proceso de reflexión, consciente o inconsciente, que nos une con la cultura. Un comentario de texto consistiría en hacer consciente, verbal, razonado, explicable, todo ese proceso. Y crear un nuevo texto.
Por tanto, ¿cómo no atender al significado? ¿Se puede decir lo que una cosa es sin atender a qué significa? Claro, el problema viene al tener que definir “qué es el significado”. Nuestra experiencia personal forma parte del significado. Por tanto, nuestros comentarios no pueden aspirar a una pretendida objetividad. Hay que ser rigurosos, pero también en la forma en que anudamos sujeto y objeto, lo objetivo y lo subjetivo.
Nuestro trabajo al comentar un texto ha de ser trascendente. Negar la trascendencia es obviar la esencia del lenguaje. Y trascender significa llevar el objeto, la experiencia, de un mundo a otro. A saber, un comentario de texto debe establecer puentes entre, al menos, cinco mundos (cinco textos): 1) el de la obra (el texto, propiamente dicho), 2) El del autor, 3) el del comentarista, 4) el del comentario (segundo texto producido), y 5) el pretendido “mundo real” (que habría de ser el común a todos). Los cinco se duplican en cuanto aparezca el lector del comentario.
Y lo más interesante es conectar, integrar ese conjunto de significantes y significados, tal vez provisionales, contradictorios, hasta llegar a un conjunto de significantes insignificables. Encontrar aquello a lo que no podemos dar significado, el enigma, la incógnita, ese es tal vez el principal objetivo. Hablar de lo inefable, aunque a alguno le moleste esta expresión.
En definitiva el arte viene a ser el gran comentario de texto, el verdadero trabajo que conecta la cultura con la vivencia y hace que las vivencias se conecten con la cultura. La hermenéutica es una ayuda, y una interferencia. Y tenemos que trabajar con eso. El significado, a fin de cuentas es también una ayuda y una interferencia. Es lo que hay.
Apuntes sobre Hermenéutica de la obra de arte: