domingo, 16 de septiembre de 2012

BLACK MIRROR. La hiperrealidad.

Si aún no has visto Black Mirror y tienes intención de verla, no sigas leyendo. Es mejor enfrentarse a los tres capítulos sin saber nada de ellos. Muchos otros te dirán lo mismo. Es importante no estar condicionado en el visionado de estos capítulos.
Si ya has visto los tres capítulos y has digerido por tu cuenta el brutal puñetazo en el estómago, podemos seguir.



Imaginemos que el espejo de Alicia está hecho trozos y que cada trozo está en la superficie completa de cada objeto. Y así, entremos, como nuestro reflejo, en cualquiera de esos objetos-espejo. Asumamos que el mundo o lo que nos rodea es entonces el producto del reflejo de ese objeto, y el reflejo está condicionado por lo que el objeto es. Por lo pronto, nos sería difícil precisar qué es dicho objeto, o cuáles son sus cualidades para definirlo, pues cada uno de los nítidos objetos que poblarían ese mundo serían a su vez reflejos distorsionados de ese otro mundo que refleja el objeto. Nosotros mismos, ¿cómo definirnos?, seríamos también ese otro objeto reflejando los objetos que son reflejos de objetos. Y, sobre todo, no podríamos distinguir claramente en qué objeto estamos habitando realmente, o si habitamos alguna realidad que no esté dentro de ningún objeto-reflejo.
Esta atmósfera asfixiante es la que se respira en los tres capítulos de Black Mirror. El reflejo fiel no de la irrealidad de un mundo, sino de la imperante hiperrealidad del nuestro. En los tres casos, no es que falte la realidad; sino que la realidad no es mirada, y sólo se vive a través de realidades paralelas, inventadas. En El himno nacional, esa nueva realidad viene de manos de los medios de comunicación; en 15 millones de méritos, interpretan los elementos de su entorno en función de lo que ven en sus canales de pantalla; y, magistralmente, en Tu historia completa se cierra el círculo, donde la viviencia mediada por una memoria débil se sustituye por la vivencia mediada por una memoria exacta, pero igualmente cuestionable.
Porque una de las claves que traspasa los tres capítulos es precisamente que no se trabaja con los hechos, con los objetos o con las personas, sino con el juicio o interpretación que sobre ellos se establece. Un recuerdo se convierte en lo que uno o varios concluyen, por emoción, por discusión, por convención, qué es ese recuerdo; el recuerdo está ahí, tal cual, pero constantemente puede ser cuestionado y redefinido, y ese cuestionamiento también será un recuerdo cuestionable. Lo que cada uno pueda tener de original o auténtico no se percibe, sino en función de los valores deseados: una cancioncilla cantada para que no nos oigan mear puede ser interpretada como una salida de pura belleza hacia la verdad, o es que llamamos belleza a lo que no admitimos de nuestros más bajos instintos sí verdaderos. Porque nadie presta atención a la princesa, a la que se supone que hay que salvar, sino al acto abominable del héroe, cuya abominación, no olvidemos, está cargada de referentes culturales.
Y este mundo distorsionado no creo en absoluto que sea un futuro inminente. Es el reflejo más atronador de la sociedad actual que haya visto últimamente. Ya Platón hablaba de ello con su mito de la caverna. Orson Wells en su radiotransmisión de la Guerra de los Mundos dio prueba de hasta dónde podía llegar la vivencia de la hiperrealidad. Werther de Goethe causó una oleada de romanticismo, suicidios y explosión de sentimientos por toda europa durante décadas, tal vez aún durante siglos. Pero si alguna vez la economía, la política, se movió sobre un atlas imaginario de necesidades y modas, hoy día, la economía se ha desdoblado en demandas de demandas, demanda de deuda, deudas de deuda, números sobre números, valores sobre valores.
Y nuestros sentimientos qué. Y nuestras decisiones qué. Cuánto de reales o hiperreales son. Dependen de los hechos o bien dependen del repertorio de novelas, partidos de fútbol, y tratados de psicología que hemos visionado. Sentimos lo que sentimos, vivimos lo que vivimos, pero sólo accedemos al debate de opinión, al juicio de valor que sometemos desde nuestra memoria, desde nuestras conversaciones o desde los múltiples y variados textos de los medios de comunicación. Pero los sentimientos son reales, y nuestra decisión ha sido un hecho (interpretable, por supuesto).
Podríamos descubrir que realmente vivimos no en nosotros mismos, sino en esos objetos, que no son objetos, sino reflejos de reflejos. Como los muñequitos de Disney, que bien pueden ser ratones, teteras, soles o juguetes. Jugetes, sí, juguetes. Periódicos. Obras de arte. Pomos de cajones. Capa de pintura sintética para el borde de la sonrisa nike de unas zapatillas. Que no podemos dejar de mirar.

Algunos enlaces sonbre Hiperrealidad:
Sobre Black Mirrror:

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