domingo, 17 de enero de 2016

Erasmo de Rotterdam: ELOGIO DE LA NECEDAD

VI. Visum est enim hac quoque parte nostri temporis Rhetores imitari, qui plane Deos esse sese credunt, si hirudinum ritu bilingues appareant, ac præclarum facinus esse ducunt, Latinis orationibus subinde Græculas aliquot uoculas, uelut emblemata intertexere, etiam si nunc non erat his locus. Porro si desunt exotica, e putribus chartis quatuor aut quinque prisca uerba eruunt, quibus tenebras offundant lectori, uidelicet, ut qui intelligunt, magis ac magis sibi placeant: qui non intelligunt, hoc ipso magis admirentur quo minus intelligunt. Quandoquidem est sane et hoc nostratium uoluptatum genus non inelegans, quam maxime peregrina maxime suspicere. Quod si qui paulo sunt ambitiosiores, arrideant tamen et applaudant, atque asini exemplo ta ôta kinôsi, quo cæteris probe intelligere uideantur, kai tauta dê men tauta. Nunc ad institutum recurro.

Desiderius Erasmus Roterodamus: Moriae encomium (1509).

He querido de esta manera imitar a algunos de los retóricos de nuestro tiempo que se tienen por unos dioses en cuanto lucen dos lenguas, como la sanguijuela, y creen ejecutar una acción preclara al intercalar en sus discursos latinos, a modo de mosaico, algunas palabritas griegas,aunque no vengan a cuento. Si les faltan palabras de lenguas extranjeras, arrancan de podridos pergaminos cuatro o cinco palabras anticuadas con las cuales derramen las tinieblas sobre el lector, de suerte que los que las entiendan se complazcan más con ellas, y los que no, se admiren tanto más cuanto menos se enteren. Efectivamente, mi gente se complace más en una cosa a medida que de más lejos viene. Y si en ella los hay que sean un poco más ambiciosos, ríanse, aplaudan y, según el ejemplo de los asnos, muevan las orejas a fin de que parezca a los demás que lo comprenden todo. Ahora volvamos al asunto.

Erasmo de Rotterdam:  Elogio de la estupidez; capítulo 6.

Digamos que nostri temporis siguen siendo nuestros tiempos, que seguimos tomando del idioma lejano los términos que agraden al espectador. En publicidad se apela a la nomenclatura cientifizoide, en oratoria a los últimos conceptos del management anglosajón; cuando apenas el vocablo afrancesado está ya demodé. La pretenciosidad del discurso (in)intelegible es fácil de señalar en otros; pero cuán poco lejos hay que remitirse para observarse a uno mismo.
Una sanguijuela que produce mosaicos. Siendo bebés nos decimos esponjas que absorvemos el lenguaje que nos rodea (y devolvemos aquello que provocará el aplauso de la madre). Difícilmente diríamos que lo entendemos (¿acaso la madre entiende?). ¿Cuál es el momento en el que el niño o adulto o senil demuestra entender lo que dice o lo que escucha (acaso cuando armonicen los aplausos)? Igualmente, nuestro discurso, es un trocito de aquí y otro trocito de allá, hilvanado según encajen las piezas. La complejidad del puzzle ofrece una sensación de libertad; pero tal vez esa sensación sea simple ilusión fruto de nuestra ignorancia.
Alan Turing planteaba si realmente había alguna diferencia entre ser inteligente y aparentarlo. Si nuestra conciencia genera una sensación de entendimiento, ¿cómo comprobar que ese entendimiento es auténtico y no una ilusión fantasma? Actuamos movidos por un fulminante repertorio de motivaciones inconscientes. Nuestros actos se desarrollan paralelos a la percepción que de ellos tenemos y al discurso que nuestra conciencia, sanguijuela de mosaicos más pobres, va desplegando. La conciencia, orgullosa, ata cabos, y adjudica una relación intencional (a posteriori) entre discurso y acto (como si fueran a priori). ¿Cómo convencerla de lo contrario? Nuestra memoria aplaude como el asno el discurso loco, retórico, pedante, de la conciencia. Así creemos comprender.
Y aún más grave: con qué soberbia puedo presuponer que el otro (tú) no sólo va entender mi discurso como yo, sanguijuela del mismo idioma nostri temporis, sino que completará su significado y su razonamiento como yo. Ni entiendo, ni sé lo que digo, ni sé lo que el otro eniende cuando digo, ni sé en qué idioma caen los discursos que como tesela de mosaico han de ser reconstruidos en su sanguijuela mente de dos lenguas. 
Pero todos aparentamos entender y nos persuadimos unos a otros de que comprendemos y somos comprendidos, ignorantes que caminan con sus labios y mueven las orejas, literalmente "persuadidos a sí mismos" de que entienden su idioma.

Nací en medio de estas delicias y no amanecí llorando a la vida, sino que sonreí amorosamente a mi madre. Así no envidio al altísimo Júpiter la cabra que le amamantó, puesto que a mí me criaron a sus pechos dos graciosísimas ninfas, la Ebriedad, hija de Baco, y la Ignorancia, hija de Pan, a las cuales podéis ver entre mis acompañantes y seguidores. Si queréis conocer sus nombres, ¡por Hércules!, de mí no los ioréis sino en griego.

Erasmo de Rotterdam:  Elogio de la estupidez; capítulo 8.

Atque in his quidem nata delitiis, nequaquam a fletu sum auspicata uitam, sed protinus blande arrisi matri. Iam uero non inuideo tô hupatô Kroniôni capram altricem, cum me duæ lepidissimæ Nymphæ suis aluerint mammis, Methe Baccho progenita, et Apædia Panos filia. Quas hic quoque in cæterarum comitum ac pedissequarum mearum consortio uidetis. Quarum mehercle nomina, si uoletis cognoscere, ex me quidem non nisi Græce audietis.

Desiderius Erasmus Roterodamus: Moriae encomium.

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