viernes, 29 de diciembre de 2017

La memoria. SHAKESPEARE, soneto 122


                      CXXII

Thy gift, thy tables, are within my brain
Full character'd with lasting memory,
Which shall above that idle rank remain
Beyond all date, even to eternity;
 

Or at the least, so long as brain and heart
Have faculty by nature to subsist;
Till each to razed oblivion yield his part
Of thee, thy record never can be miss'd.
 

That poor retention could not so much hold,
Nor need I tallies thy dear love to score;
Therefore to give them from me was I bold,
To trust those tables that receive thee more:
 

To keep an adjunct to remember thee
Were to import forgetfulness in me. 


William Shakespeare (1609) 

"an adjunct": Véanse notas de comentario en shakespeares-sonnets.com

"adjunct to remember": Cuatrocientos años después de este soneto, vemos reinstaurado el uso de "tablets" como apósito de nuestra memoria. Y también serán, sin duda, objetos de regalo en estas fiestas. Sin embargo, si miramos bien, no es tan fácil saber cuál es la memoria auxiliar de cuál. En un mundo globalizado, las redes sociales, copia diversa y exuberante, mantienen activos a los usuarios en su propio beneficio (o en el beneficio final de sus dueños legales, económicos). Las personas ofrecen sus memorias, sus vidas, al servicio de la función del programa, para que se actualice y renueve.
Cuatrocientos años antes, no pensemos que la situación era tan distinta. Así, el teatro, estos sonetos, la cultura o el lenguaje, funcionaban de forma semejante, a la que vemos tan descarademete desde, hacia, por, en, nuestros móviles. Grandes o pequeños productos culturales que imponen a sus usuarios una forma de actuar, de hablar, de seguir produciendo esos u otros productos culturales. Y algunos, jinetes creativos de gigantescas acémilas, sí son capaces, fueron capaces, serán, de domeñar los vientos de la cultura, y generar objetos nuevos bajo el sol.
Decimos que estos objetos están a nuestro servicio. Son nuestro síntoma. Digamos también que somos nosotros sus síntomas y que estamos a su servicio. Eso sí: desde la primera huella (γραμμα) nosotros somos los que aportamos el olvido. 
"Thy gift, thy tables, my brain": Memoria, lenguaje y texto. En tiempos de la oralidad, los tres estaban intrínsecamente unidos. Esta unión generaba un tipo especial de texos, que cuidaban la memorización. Hoy, el fácil acceso a textos multimedia ha desbancado eso. La memoria es otra cosa. Y el texto es más que nunca un objeto en sí mismo, como lo impone desde su origen la escritura, independientemente de su comprensión o incluso de su código.
"within my brain to import forgetfulness in me": A su vez, el cerebro, el escritor desconocido, es otro nivel, otra tábula, al que nunca hemos conseguido leer (apenas hemos empezado a descifrar su caligrafía) y que, sin embargo, es el causante de nuestra cultura, nuestros conocimientos y nuestras ignorancias. La incapacidad del cerebro para conocerse a sí mismo es paralela a la de la persona ante sí misma. Irónicamente, el portal del oráculo de Delfos dictaba γνῶθι σεαυτόν, un imposible pues ese "uno mismo" es, de entrada, ignorancia, olvido.
"full character": Las letras. El concepto "significante". Las letras son la imagen plástica de una abstracción sonora. Hoy nos son comunes y evidentes, pero se tardó muchos miles de años en inventarse (o descubrirse). En sí mismas no son nada. Pero rápidamente (rápido en ritmo histórico, más geológico) dinamizaron la vida humana hasta ser nosotros nada para ellas, y ellas ser, incluso mágicamente, todo. Carácter, letra, guión, personaje, persona, personalidad. No hay letras en el cerebro, tal como tampoco suenan esos sonidos ideales que ellas representan. Aleph es el origen de la más poderosa ficción ("beyond all date, even to eternity").
"brain and heart": Ciertamente viene perdurando esta metáfora. El "corazón", ¿por qué consigue permanecer como símbolo de lo sentimental, de lo emocional?, sabiendo desde tanto tiempo atrás que toda psicología se gesta en el cerebro. La respuesta es obvia, pero más se quiere obviar su consecuencia: el cerebro no da síntomas de su funcionamiento. El corazón se altera al dictado de nuestras emociones, acciones, decisiones. El cerebro, todo lo más, da dolor de cabeza sin que medie nuestra voluntad de manera alguna. El corazón, que no piensa, está presente como escriba. El cerebro calla, señor de secretos. La conclusión, una vez más: lo que somos está oculto, vedado, ignorado, olvidado, y lo que sentimos ser es un escrito, un papel, un síntoma más difuso (y creerlo definido es fruto del olvido en el cerebro).
"faculty by nature to subsist": He aquí mecanicismo. Lo que es, seguirá siendo, siempre que se libre de la interferencia de otro ser que venga siendo. Inercia e interferencia. Newton: inercia y reacción. A minúscula escala. En cada objeto. En cada proceso. En lo vivo. En lo cultural. En lo psicológico. Cerebro y corazón son masas, órganos, símbolos de la razón y de los sentimientos, ¿cuánto de natural o de cultural hay en la psicología? y ¿en qué consiste la diferencia? La mecánica de lo que insiste en perdurar, porque no hay otra, así en las tierras como en los cielos. Repetición. Repetición. 
"razed oblivion yield": Obsérvese el irónico juego de palabras que se propone en los versos 7 y 8. El olvido es a un tiempo saqueador (razed) y pagador (yield), destructor y constructor. Curiosa es la posición etimológica de estos tres términos: "oblivion" (cultismo, del latín), "razed" (de origen romance) y "yield" (del germánico, palabra evidentemente patrimonial) *según mi consulta. La elección de los idiomas para cada concepto juega con la naturaleza misma del cambio, la memoria y el olvido etimológico. Tampoco sé cómo funciona exactamente ese "each" (¿perdido en la traducción?), pues parece pedir una solución de hipérbaton con "each (his) part of thee (brain, heart) / me", como si la labor del olvido exigiera una descomposición minuciosa. Pero, sucede, además, que realmente el olvido ha construido y devastado "su recuerdo", pues tanto el recordante como el recordado se han perdido; el fantasma de Will todavía puede rescatarse, pero lo único que sí está es "su recuerdo" (su recordarlo, no el objeto recordado) en forma de poema.
"To trust those tables that receive thee more": En realidad, las tablas auténticas son aquí este soneto, y es lo que ha perdurado. Obsérvese que su soporte no es cuaderno alguno, pantalla alguna, nube, libro, tabla. En todo caso sea el inglés, o su traducción. ¿Traducido a qué?, ¿al castellano?, ¿al idioma cerebral?, ¿a la ejecución muscular enunciativa? Shakespeare es cada vez más un mito, fábula, irreal; son sus sonetos, si no suyos, más reales. ¿Pero de qué está hechos? ¿Son los idiomas algo, si no hay cerebro que los entienda? Y los cerebros, ¿qué serían sin la cultura que los educa? La mente de cada cual, no está en cada cual, sino repartida aquí y allá en aquís y allás físicos, culturales (hipótesis, ¿ficción?)
"Were to import forgetfulness in me": Aceptemos, pues que somos olvido. Pero una vez aceptado, ¿lo recordaremos? Todos estos objetos, como irónicamente dice Will, son la prueba, diluvios de pruebas, de que olvidamos. Olvidamos constantemente. ¿Por qué nos resistimos tanto a creer que olvidamos? Preferimos creer en fantasías, eternidades, trascendencias inventadas que nos harán perdurar, nos harán la fantasía que esconde lo que sabemos o no sabemos que somos. Todos nuestros objetos, quemados o acumulados, perdidos, almacenados, son pruebas, testigos de nuestros más minuciosos olvidos. Un momento de otro momento. Repeticiones e interferencias. Caleidoscopios de recuerdos y pérdidas.


                         122

Tu regalo, tus tablas, están en mi propio cerebro
plenamente marcado con duradera memoria,
que permanecerá por encima de esas ociosas líneas
más allá de toda fecha, hasta la eternidad;

o, al menos, tanto como cerebro y corazón
tengan su natural facultad de subsistir;
hasta que el devastador olvido contribuya con su parte
de ti, tu recuedo nunca podrá perderse. 

Este pobre apunte no podría aguantar mucho, 
ni necesito notas para grabar tu querido amor;
por eso a dejarlas de mí me he atrevido,
confiando en aquellas tablas que te retienen más:

guardar un anexo para recordarte
sería admitir la presencia del olvido en mí.